domingo, 29 de octubre de 2017

Mil palabras al día

   Así me insistía un buen amigo, Ángel, al respecto de no bajar la guardia en el dulce placer de escribir.
   El motivo de tal premisa nació en el momento en que me embarqué en la realización de una novela.    Pero no de un relato, nada de seis, doce o quince mil palabras. Una Novela, con mayúsculas.
   ¿Acaso significa que uno debe redactar mil palabras de esa novela cada día? Pues no, ni mucho menos. Las musas son las que nos proporcionan el ritmo de escritura de cada una de las creaciones.
   Lo importante es escribir cada día.
   Y leer.
   Y disfrutar de la lectura.

   Hoy he terminado de leer por segunda vez un recopilatorio de cuentos cortos de Isaac Asimov. Me refiero a "Compre Júpiter", un título de este autor que goza buena prensa tanto por los relatos como por los textos de presentación a modo de prólogo /epílogo que inserta Asimov entre ellos.
   Le versión que leí en su día y que he releído ahora es la edición de la editorial Bruguera (la de la foto adjunta).


  No es que este libro haya sido algo tan remarcable como para que relea este libro. Hace unos meses me dispuse a releer las obras de Asimov, pues recordaba que las disfruté mucho, pero no las recuerdo en detalle. Y no pensaba limitarme a la trilogía que todos podemos pensar, así que empecé por "Yo, robot", "Bóvedas de acero", "El Sol desnudo"... y está siendo toda una experiencia en combinación con las novelas nuevas que devoro al alimón en mi día a día.

   A Asimov lo comencé a leer a eso de los dieciocho años, y fue agradable descubrir que tal admiración la compartía con Jordi, hermano mayor de la chica del instituto con la que salía allá a mediados de los lejanos ochenta. Fueron unos años en los que recorrí toda la saga de robots y, posteriormente, toda la saga de La Fundación. Junto con la influencia de mi madre, también lectora inagotable de novelas de todo tipo, fue quizá la etapa de mi vida en la que sabía que no pararía de leer y escribir.
   Qué equivocado estaba.

   Con el paso el tiempo, terminé trabajando y colaborando en diversas editoriales. Escribía prácticamente todo tipo de escritos, casi todo periodístico. Pero no escribía ninguna historia, y quizá por ese motivo mi trayectoria editorial se vio truncada (probablemente la trunqué casi intencionadamente en un absoluto running to stand still).
   De algún modo la década de los noventa se diluyó en el tiempo sin que pudiera lanzarme a escribir creaciones propias hasta finales de esa década. En esos años me definí como guionista de dibujos animados y cómics, y he de decir que fue una de las experiencias más agradables que recuerdo.


   Cuando Ángel L. Marín me pidió que colaborara en una antología de relatos de temática steampunk, me sentí especialmente motivado. Sabía que imaginación no me faltaba, pero tenía que hacer un buen trabajo tanto para Ángel como para mí mismo. Me tenía que demostrar que era capaz de volver a empezar "en frío". Y me sorprendí a mí mismo, pues la historia nació casi sola, aunque las sensaciones fueron muy distintas a lo que experimenté en el pasado como guionista.

   Curiosamente, cuando apareció la antología "Historias de Ansalance", yo había escrito dos historias en lugar de una. Además, creo recordar que la extensión debía ser de unas ocho mil o diez mil palabras, y ambas superan las dieciocho mil palabras.
   Supongo que debió gustar mi trabajo, al menos en la editorial (a Ángel sé de sobra que le gustaron, para mi alivio).

   Una vez alcanzas ese punto, lo vital es no dejar de escribir. Escribir lo que sea, pero sin forzar la máquina. Así, en ocasiones he recuperado algunas historias inéditas que guardo y que he corregido una y otra vez, he escrito algunos relatos nuevos y, en general, me he puesto las pilas para intentar mantener esas mil palabras diarias, como el que va al gimnasio cada día.

  El problema de compaginarlo con la lectura es que esa lista interminable de obras que esperan en el purgatorio de la estantería a ser leídas, incrementa de manera impresionante semana tras semana.
   Uno intenta ser lo más prudente posible, pero es inevitable, pues aunque las versiones digitales son toda una bendición a mi presbicia, no puedo evitar querer y desear el dulce placer del papel(1).

   ¿Dónde está el problema entonces? Pues en todo lo que he revisado en "Compre Júpiter" y en el mensaje que extraigo de ello.
   He olvidado un poco quién soy cuando firmo, y especialmente cuando releo todo lo concerniente a "Versos luminosos"·, no puedo evitar sentirme tremendamente identificado con el autor.
   También he olvidado lo divertido de lo que es un relato corto, como los que hacía en antaño. Son esos relatos que uno identifica con el formato de los episodios de "Twilight Zone" o "La hora de Alfred Hitchcock".

   La conclusión es que una novela larga requiere tiempo y dedicación, y hay días en los que sencillamente no puedes. O mejor dicho, no debes tocarla.

   Para mi error, cuando he sido consciente de que no era el día adecuado, he caído en el miedo al teclado. Mi mujer, Ligia, que con santa paciencia sabe aguantar todas mis excentricidades, siempre sabe tranquilizarme. Su fe ciega en el "ya te saldrá, como siempre te pasa" es la paz en mi vida, la luz que necesitas cuando te levantas a oscuras por la noche, la barra de seguridad de la montaña rusa... ¿sigo? Bueno, creo que ha quedado claro.

   El miedo al teclado es comprensible, pero cuando no atacas a las teclas con cualquier otra cosa y, por contra, te dedicas exclusivamente a la lectura salvaje como refugio, hay que saber levantar la vista, cerrar el libro y sentarte ante la pantalla. O, como mínimo, ante la hoja en blanco(2).

   Quizá esa nueva historia que hagas sea devoción de millones, o quizá quede enterrada entre miles y miles de textos que se pierden en el tiempo.
   Pero, por Crom: ¿mil palabras al día?
   ¿Solo mil?

   Décadas atrás, por una ventana mística, de taquiones, interdimensional o vaya usted a saber de qué naturaleza, se asomó mi joven yo y me recriminó dos cosas:
   1- Si mil palabras al día eran demasiado pocas para mí, ¿a qué demonios espero a montar mi propia saga privada de relatos?
   2- Si antes aporreaba una máquina de escribir Olivetti Lettera que me legó mi madre, ¿cómo es posible que ponga pegas en una época donde no hay cintas de tinta ni tiras de típex interrumpiendo el traqueteo de las teclas?

   Así, mientras esta semana espera la relectura de "Los robots del amanecer" de Asimov, el inicio de "La canción de Bêlit"(3) de Rodolfo Martínez y Robert E. Howard, y la lectura de algún que otro tomo de cómics, la misión consiste en no solo finalizar el capítulo trece de la novela, sino de que esas mil palabras se conviertan en todo un autorregalo diario.



(1) Si en otros tiempos mi pasión por el papel era desmedida, ahora no ha bajado su ritmo, aunque hay una regla para no colapsar los metros cuadrados de nuestro hogar: O bien debe ser una edición con fuertes connotaciones nostálgicas, o bien se trata de una edición en un formato que merece estar en la estantería. Hoy por hoy, las versiones digitales me ayudan a poder aplicar esta norma sin prescindir de ciertas lecturas que también me apetecen, pero que no puedo atesorar físicamente.

(2) Realmente, casi todo lo que hago nace en libretas de todos los tamaños y formatos que atesoro, junto con una colección de estilográficas que mi mujer se ha encargado de alimentar con diversos modelos y tinteros que enamoran a cualquiera. Nada más agradable para invitar a la escritura.

(3) "La canción de Bêlit", Rodolfo Martínez y Robert E. Howard. Octubre, 2017, Sportula.

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