Durante ocho meses hemos asistido a un combate de artes marciales en una isla de modo que solo uno puede ser el ganador en un sistema de eliminación en combate mortal. Pero aunque el derrotado muera, en esa isla ese luchador volverá a la vida de forma mágica.
Eso es lo que sabíamos hasta la fecha.
El objetivo del torneo se ha ido desvelando poco a poco a lo largo de los meses —y, por supuesto, no lo desvelaré aquí ahora.
El caso es que el mes pasado —diciembre 2021— apareció la octava entrega donde parecía que se llegaba al final de la saga. Pero nada más lejos. Como suele suceder e incluso para el agrado de los lectores, hubo sorpresa inesperada que lanzó todo el final hacia este noveno episodio. Y el resultado es bastante satisfactorio. No dejaré de alabar el buen lenguaje de secuencia narrativa para los combates de artes marciales donde Robin y todos los demás participantes hacen gala de sus habilidades como luchadores.
Es probable que la conclusión de una saga como esta sepa a poco a algunos lectores, pero yo no soy de ese parecer. Incluso me parece bien ese final cargado de cliffhanger para lanzar descaradamente a Robin a su próxima aventura.
Y ahora que ha terminado la saga de la isla, puedo decir lo que pensaba durante todos estos meses: Parece mentira que haya pasado tanto tiempo para que sea precisamente un personaje como Robin el que me haga recordar aquellas primeras aventuras de Dragon Ball con las que tanto disfrutaba.
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