martes, 11 de enero de 2022

Informe de Daños - Shi, una serie de Dargaud mal dimensionada


«Shi» es una serie en formato álbum publicada por Dargaud que nada tiene que ver con Ana Ishikawa, el popular personaje homónimo creado en 1993 por William Tucci y que ha protagonizado incontables crossovers a lo largo del universo del cómic estadounidense.
En esta ocasión, «Shi» es una historia por entregas del guionista Zidrou y el dibujante Homs.

Zidrou es el apodo que usa el guionista de la serie desde sus inicios en la revista Spirou. En su día, cambió su residencia de Bélgica a España, concretamente a Ronda (Málaga) y eso propició que realizara diversos proyectos con dibujantes españoles.

Josep Homs es un dibujante con obras a sus espaldas como «Orbital» o las más populares «Millenium» y «Red Sonja: La diablesa de las espadas».

Pero fuera preámbulos y pasemos a la acción.
Hablemos de «Shi».



He de reconocer que a pesar de las historias que he leído y conozco de Zidrou, por una ocasión esperaba encontrarme una historia de misterio y aventuras inmersa en el Londres victoriano de mediados de siglo XIX, pues eso es lo que sugiera a todas luces lo primero que leemos cuando abrimos el primer tomo. Si Zidrou es un guionista con historias marcadas en un inicio por el tono infantil y, posteriormente, marcadas por subrayar constantemente la feminidad de las protagonistas, creía que «Shi» iba a ser distinta.
Pero me equivoqué.
«Shi» es una obra de cuatro tomos que se podría narrar perfectamente en dos. El primero, titulado «Al


principio fue la ira» sí que cumple con emplazarnos y ubicarnos al escenario tanto en la ciudad, en el momento de la Feria Internacional de Muestras y en la presentación de las dos jóvenes protagonistas, una japonesa y una londinense.
Esperaba que Zidrou escribiera algo más dinámico, como cuando acometió «Las nuevas aventuras de Ric Hochet». Pero tras ese tomo, llegó el segundo donde la historia comenzaba a dilatarse innecesariamente. El tercer tomo daba la sensación que era el final de la historia, pero termina con un cliffhanger que da a entender que el tomo 4 será la bomba que se ha guardado a lo largo de las más de 150 páginas ya leídas.
Y llega la cuarta y última entrega, «Victoria», donde todo ese esperado final acontece en las diez primeras páginas, para desarrollar luego un final interminable y deslucido.

¿Qué me lleva a leer pues más de doscientas páginas? Pues lo único que salva la obra: el impresionante y espectacular dibujo de Homs. Si Zidrou hace gala hasta lo empalagoso de documentación histórica, jerga, emplazamiento social, o lo que es lo mismo, cuando nos describe lo burda que puede ser una dama en la sociedad victoriana, cuando nos describe que hay logias que no investigaban y protegían cultura y religión, sino que lo único que pretendían era satisfacer anhelos sexuales, cuando nos pinta a la policía como corrupta en todos sus aspectos, cuando nos muestra el drama de la japonesa emplazándola en un psiquiátrico espeluznante, es innegable que nos sentimos emplazados en un escenario donde ese misticismo que envuelve a la japonesa y a su tatuaje tiene el ambiente perfecto. Se huele el drama, la sed de venganza, la injusticia, la ira, la crueldad... pero falta la historia, la aventura, que queda reducida a un extracto que habría sido una obra maestra de estar bien narrada y no habría precisado más de 120 páginas en manos de otro guionista.


En cuanto al dibujo de Homs, es espectacular, de lo mejor que se puede esperar uno. Preciso, con un dominio del color y las sombras que envuelve al lector y lo atrapa en sus viñetas. Y es ese dibujo el que salva la colección. Aprovecha hasta el último detalle la exhaustiva documentación de la obra, y mientras la fuerza del argumento se diluye con el paso de las páginas, Homs lo compensa con dibujos aún más sorprendentes si cabe. En el último tomo, por ejemplo, hay una viñeta a toda página de un barco en pleno colapso —y no desvelaré más detalles—que es quizá lo que más se le queda a uno grabado en la memoria de toda la saga.


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