martes, 11 de octubre de 2022

Inflexiones


Me levanto temprano. O, más bien dicho, me levanta mi gato, como prácticamente todos los días, pues no recuerdo ninguna mañana en que no haya sido así. El minino lo hace con su toque suave de una única uña afilada en mi antebrazo. Lo hace siempre con la esperanza de que abra los ojos y le haga caso. Lo hace con una suavidad tal que rasca, pero no marca ni duele. Lo tiene bien medido el muy pícaro. «Mishu» no entiende que tengo una semana de vacaciones. No comprende que no hay necesidad de levantarse antes que el sol. Pero el muy ladino me convence. La misma bola de pelo blanco que se quedó dormida, enroscada a mi lado en la cama, acomodándose como un ninja con la esperanza de que le permitiera dormir allí, la misma mata de pelo blanco que ronroneaba pasada la medianoche, consigue que me alce, dispuesto a afrontar una nueva batalla. Una que hoy será mental. Lo que llamo una jornada «Javi versus Xavi».

Mi intención es invertir el día en finalizar la novela corta para el especial Halloween de Kumite. Su redacción va más o menos por la mitad. Quedará algo larga para lo previsto,  pues cuando me emociono con los personajes, surgen escenas de tal modo que si fuera una película, daría para dos o tres versiones extendidas de esas. Pero esa es la magia de la escritura: compartir una aventura con tus personajes, sin más preocupación que «conversar» con ellos. Pero dejemos el tema «novelas» de lado por ahora.


Me conozco.
Algo no funciona, y el café ya ha entrado en el organismo.
Mi mente empieza a centrifugar montones de cosas que puedo hacer en combinación con la redacción de la novela.
¿La colada? Hay poca, pero algo hay.
¿Cocinar? No, eso no, hice para un ejército.
¿Y si escribo la reseña de los nuevos Fantastic Four de Peter David?
Entonces sé que tras una reseña, haría otra, luego querría leer «Gotham City Year One» #1, y la serie «Clear»...
Así que pulso el botón «pausa» de mi cabeza.
O pongo en orden la cabeza, o tendré lista de un aluvión de cosas que deseo hacer, y terminaré por no hacerlas, hacerlas a disgusto o dejarlas a medias.

«Para. Respira. Camina hasta el mar y salúdalo de mi parte»

«Mishu» detecta esa mirada mientras recojo la taza de café y empiezo a colocar bártulos para escribir, tanto en teclado como libretas de notas, estilográficas y demás parafernalia que, aunque técnicamente es innecesaria, me ayudan a crear ese ambiente que tanto me gusta.

Pero más allá de novelas y reseñas, y lecturas, y maravillas del mundo literario y fantástico en internet, está el estado de ánimo. Y en ocasiones mi gato me mira fijamente y me hace ver que yo soy una de esas personas que tengo derecho a tener «mi momento de paz».
«¡Olvídate de poner esa lista de tareas en orden!» me dice telepáticamente. Suena bastante indignado por verme así.
Miro en mi interior y me digo que ese cultivar el momento de paz esta vez no lo dedicaré al prójimo, como hago en casi todas las ocasiones. Es como un instinto inevitable, que me empuja a perdonar injusticias y ofrecer sonrisas, que consigue enterrar cuanto odio puedan cultivar en mí y hacerlo florecer con millones de maravillas positivas.
Hacer el bien.
Claro, que no estaría de más que en alguna ocasión ese mismo esfuerzo lo invirtiera en mí.


«Para. Respira. Camina hasta el mar y salúdalo de mi parte» parece decirme con sus dos enormes ojos.

Suena como quien ha salido de los infiernos.
Pero, ¿quién no ha vivido un infierno alguna vez?

Siento que me ve ensombrecido.
Siento que le fastidia mucho verme así y comprobar que no sé darme cuenta.
En este mismo momento no estoy listo para escribir. Tengo heridas de esas que no sangran. Pero tengo al mejor médico de campaña. Así pues, solo tengo que hacer caso a mi colega y, como en cientos de ocasiones en el pasado, todo volverá esta misma mañana a su equilibrio y las sombras desaparecerán cada una en su respectivo pozo de negrura.

Suena como quien ha salido de los infiernos. Pero, ¿quién no ha vivido un infierno alguna vez?

Así que, siguiendo los consejos del ronroneante señor «Mishu», iré un rato a pisar la arena, a alejar todas esas sombras que nos rodean a todos a diario, y luego volveré frente a mis dos teclados —el de escribir y el de tocar música— para sumergirme en otras playas, hermanas de esta, pero que flotan en otros mundos imaginarios.
Mientras tanto, Mishu gira la cabeza un instante para comprobar que estoy haciendo caso.
Luego, con un grácil salto, se coloca en su butaca preferida y decide hacer la primera siesta del día mientras yo salgo por la puerta.



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